BIOGRAFÍA



DOÑA BEATRIZ CUEVA DE AYORA


Nació aquí en esta ciudad, por el año de 1847. De ascendencia  cuencana y lojana notable, como Mariano Cueva, un distinguido abogado, que fuera Vicepresidente de la República en la época del Dr. García Moreno.  Sus padres fueron el Dr. Juan Cueva y Doña Rosa Betancourt.  Sus hermanos: Juan, Segundo, Manuel Benigno, Manuela, Carmen, Luz y Asunción.

Beatriz estaba predestinada a formar  un hogar ejemplar y contrajo matrimonio con un hombre de no menos importante ascendencia, el Dr. Benjamín Ayora, abogado distinguido, hombre público y ejecutivo funcionario, quien fuera gobernador de la Provincia de Loja en 1839.  El Dr. Benjamín Ayora fue un médico talentoso y caritativo, cuyo nombre ha sido recordado con cariño y respeto por las buena obras que realizó en bien de los desvalidos.
El matrimonio Ayora Cueva tuvo cuatro hijos: Clorinda, José María, Benjamín Rafael, e Isidro.

Estos hijos nacieron de un hogar  en donde funcionaba permanentemente una enseñanza práctica del verdadero amor al prójimo; pues Doña Beatriz Cueva sin descuidar su labor de madre, auxiliaba a los necesitados, a los enfermos, llevándoles disimuladamente remedios, ropa o víveres.  Durante toda su vida, aumentó siempre el caudal de sus virtudes para transmitirlas a sus hijos.  Porque ella practicaba la caridad y el precepto: “lo que hace la mano derecha que no sepa la izquierda”.  Era de aquellas mujeres que permanecían en su hogar dedicada a sus quehaceres, repartiendo su tiempo en trabajo, atención a su esposo, a sus hijos y en la oración; solamente salía por dos motivos, para realizar visitas a personas solas, necesitadas y a la Iglesia para rezar.  De ahí que la definan tan bien las palabras de cierta escritora obrera parisiense: “Fuego que arde o llama que calienta, las mujeres en el hogar viven con plenitud su destino de esposas y de madres.  Han seguido el camino de hacer prevalecer sin más medio que sus personas y sus vidas, los valores humanos esenciales........”

Después de la muerte de su esposo, ya sola, no desmayó un instante en el empeño de terminar la educación de sus hijos.  Su hogar continuó siendo un claustro del saber, donde reinaba la disciplina, la dedicación y la devoción; su hijo Benjamín Rafael la recordaba en uno de sus sermones y decía: “ah, quien fuera como mi madre, que arrodillada a su alfombra, aquí en la Iglesia, con todos sus hijos a su rededor nos enseñaba a orar”.  Algunos parientes de la familia Betancourt, también la recuerdan y comentan, cómo supo enseñar con  amor, pero con energía, haciendo que sus hijos cumplan con sus obligaciones, con rigor, cuando se hacía necesario.

Continuó tan caritativa como siempre y salía de su casa cubierta con su manta española, llevando bajo el brazo “su secreto”.  Sin embargo había gente incomprensiva que la criticaba o trataban de indisponer ante ella misma a las personas que favorecía; esto despertaba aún más su piedad y ponía mayor eficiencia en sus solicitudes hacia aquella gente, sea buena o mala, para ella esto no tenía importancia.  Si tenía noticias de algún enfermo, hacía llevar al médico y mandaba por los remedios a la botica, con su propio dinero.  Ya no tenía la ayuda de su esposo, no habían sido ricos, no poseían bienes materiales en abundancia, pero “la verdadera mujer contempla el universo con ojos y corazón de madre” y así con sus pocos recursos, pudo educar a sus hijos y socorrer a los necesitados.

Su casa tenía una disposición especial, pues los cuartos llevaban los nombres de los protectores, había el cuarto de La  Inmaculada, el cuarto del Corazón de Jesús, el cuarto de San José, en todos había libros y más libros, cuadros y objetos de estudio.  Pero existía también el cuarto abandonado en donde pendía un cuadro que pintaba hombres desfigurados por los pecados, la avaricia, el alcoholismo, la diversión malsana, este era el cuarto del diablo; probablemente allí los llevaría alguna vez para indicar los males que producen los vicios.

Con los años se fue menguando su fortaleza física, parece que la artritis la atacó a la pierna y caminaba valiéndose de un bastón; no así su fortaleza espiritual que continuó inquebrantable.

Recordémosla en uno de los discursos pronunciados por quien fuera el Primer Rector del Colegio Beatriz Cueva, Emiliano Ortega Espinosa, cuando el Dr. Isidro Ayora, vino personalmente a obsequiar el busto de la insigne matrona en el año de 1970.

“Este solemne momento en el que, pleno de solaz espiritual, estoy contemplando la inauguración del busto broncíneo de excelsa Patrona, cuyo nombre sugerí; debo exponer las razones poderosas que en síntesis, expuse al  Ministerio para el pedimento que fue atendido de inmediato.     

Es Beatriz Cueva de Ayora la mujer más ilustre y respetable del solar lojano, por ser la madre modelo de tres celebridades que, cada uno en su esfera, han dado prez y gloria a la tierra lojana: el Señor Doctor Isidro Ayora Cueva (aquí presente y a cuyo amor filial debemos este valiosísimo obsequio); el Señor Doctor José María Ayora Cueva y el Reverendísimo Canónigo Teologal de la Catedral de Loja, Doctor Benjamín Rafael Ayora Cueva.

Todos sabemos la actuación del Señor Doctor Isidro Ayora Cueva como Presidente del Concejo de Quito, como Ministro de Previsión Social y, especialmente, como uno de los grandes Presidentes de la República.  Es el quien pudo decir al entregar el mando que lo hacía con sus manos limpias de sangre y de dinero.  Fué el presidente de la Salubridad, el Presidente de la Educación, el Presidente de la estabilidad de la moneda , el que supo orientar y ordenar la vida del Estado después de una larga época de caos.

Como médico la Historia de la Medicina lo recordará siempre como maestro de maestros en la enseñanza de la alta cirujía y el fundador en compañía del Doctor Villavicencio Ponce, de la primera Clínica de Quito, que tanto bien ha hecho en el decurso de muchísimos años.

El Señor Doctor José  María Ayora Cueva, abogado excelso, notabilísimo hombre público, uno de los más grandes oradores forenses y parlamentarios a quien los quiteños llamaban con razón “el pico de oro”.  Fue diputado en una célebre Asamblea Constituyente con los Doctores Manuel Rengel y Agustín Cueva; fue Ministro de Gobierno y escritor de bien cortada pluma.  En los textos de Literatura hay  ejemplos de su bello estilo y de su admirable y castiza corrección.


El Señor Canónigo Benjamín Rafael Ayora Cueva fue elocuentísimo orador sagrado admirado aún en Quito donde el Gran González Suárez lo encomió por su bello panegírico en homenaje a la Santa ecuatoriana Mariana de Jesús. En esta ciudad sus sermones, especialmente los del Centenario, no tuvieron parangón.  Quizá no había en el clero de ese entonces quien lo igualara como intelectual, enciclopédico: su Biblioteca era un cuarto entero repleto de anaqueles.  Fue una cumbre de Filosofía y Teología.

Al hablar del Señor Canónigo Ayora, la benevolencia de ustedes me perdonará algunos recuerdos propios míos, a fin de probaros que fui testigo ocular de las virtudes y méitos excepcionales de la Señora Beatriz Cueva de Ayora; así puedo también pagar, aunque sean en pequeño una gran deuda de gratitud.

Quisieron mis padres, a pesar de su pobreza, darme la mejor educación y así el año 1912, habiendo terminado la instrucción primaria, en la escuela de los HH.CC., ingresé al Primer año de Humanidades en el Seminario de Loja, allí fue mi Rector y profesor el Sr. Canónigo Ayora, que me tuvo paternal afecto hasta llegar a darme libros y hacerme su secretario particular.

Fue entonces cuando me tocó admirar muy de cerca como era ese hogar en la modesta casita de la esquina entre las calles Olmedo y Colón.  Allí reinaba el verdadero cariño familiar, el trabajo, el estudio y la oración.  Cuántas veces me senté a la mesa en ese nuevo hogar para mí! Cuántas veces contemplé escenas conmovedoras de caridad de la Señora Beatricita – que así la llamábamos – pues como era su costumbre asistir muy por la mañana al templo de San Francisco, yo la veía volver con alguna infeliz mujer que había sufrido un desmayo, para darle sus propios alimentos.  La caridad de ella no consistía en dar una moneda a un pobre sino en tratarla como a verdadera hermana.  Este cristianismo verdadero lo practicaba ella.  La ví también visitando enfermos y abandonados llevándoles auxilios.  La ví cultivar la amistad de personas sufridas y darles los más dulces consuelos.

Jamás la oí ufanarse del brillo de sus hijos ni de su familia (porque era hermana del Señor Doctor Manuel Benigno Cueva Betancourt que como todos sabemos fue Presidente de la Asamblea en 1897, fue Vicepresidente de la República y un educador inolvidable. Cuando ocurrió el fallecimiento de este hombre por mil títulos ilustre, si la ví orar de rodillas llorando silenciosamente con sus hermanas Manuelita y Carmelita y con su hijiita Clorinda).

Hace 53 años una congestión cerebral le ocasionó la muerte.  Durante sus largas horas de agonía jamás lanzó una queja, solamente cuando sus médicos los mejores doctores Zoilo Rodríguez Amadeo Vivar y Julio Armijos dispusieron que se le zambulla los pies en agua casi hirviendo y con mostaza, desollada su piel fina, clavó los ojos en el crucifijo y dió un sollozo.  Después fue extinguiéndose como una lámpara votiva cuando se le va agotando el aceite.  Ya muerta, la Señora Rosario Valdivieso de Molina, que no se había apartado de ese lecho de dolor, le puso una corona de rosas blancas.  Al mirarla con el hábito franciscano y coronada de flores tuve la impresión inolvidable de contemplar la muerte inolvidable de una Santa.

La sociedad lojana entonces pagó amor con amor.  Si durante su agonía no faltaban matronas, hijas del pueblo, sacerdotes, religiosos preguntando angustiados por la salud de la Señora; cuando supieron su fallecimiento oí al pueblo llorar a gritos, acompañarla en masa a los funerales.  Recuerdo que el Doctor Lizardo Montesinos tomó una fotografía desde el atrio de San Sebastián deteniendo un momento el inmenso cortejo; y en el cementerio el Doctor Amadeo Vivar en una bien trazada oración fúnebre dijo frases que ha conservado mi memoria: “Esta fosa va a guardar los despojos mortales de una hija, de una esposa, de una madre ejemplar que a pesar de no tener bienes de fortuna y haber quedado viuda supo sacrificarse por dar a sus hijos la más alta, la mejor educación.  El cielo la premió en vida mismo dándole un sacerdote, un médico y un abogado que son los tres resplandores de la gloria que ahora ya la tiene completa en la eternidad”.

Alumnas del Colegio Beatriz Cueva de Ayora, al pasar diariamente por cerca a esta imagen de vuestra patrona, recordad que ella fue el modelo de las madres educadoras de verdad.  La veis allí diciéndonos como era su personalidad amable y enérgica al mismo tiempo, sencilla y modesta, siempre digna y respetable, pensad en el aforismo “felices los hijos que tienen buenos padres”.
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 En el libro número once, defunciones de 1917 consta la partida que dice:

A los doce días del mes de octubre del año del Señor 1917 falleció en la Parroquia del Sagrario la señora Beatriz Cueva, hija legítima de Juan Cueva y Rosa Betancourt, natural de Loja, a los 70 años de edad, de congestión cerebral, en la comunión de nuestra Santa Madre Iglesia, no habiéndose confesado con nadie................correspondiente al Obispo de Loja, en cuyo cementerio fue sepultado su cadáver, el día 13 del mes citado.




4 comentarios:

  1. Hermosa vida, la de Beatriz Cueva de Ayora! Y en este 2017 se celebra el centenario de su muerte! Gran oportunidad para hablar de su ejemplar vida!!!

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  2. Que hermosura de historia de mi loja Ecuador

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  3. Beatriz Cueva Betancourt de Ayora, 1847-1917, 70 años, sería de ascendencia gonzanameña por su madre Rosa Betancourt, cuando esta ciudad era antigua parroquia de Loja, proclamándose cantón en 1943.

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